Aunque el río Cañada ha marcado el trazado de la carretera, pasa desapercibido a nuestros ojos, que no alcanzan a ver sus aguas en el profundo y angosto cañón que ha excavado en las grises calizas del entorno. En este tramo todo es vertiginoso. Los estratos casi verticales han sido modelados por las aguas del río y otros agentes erosivos obteniendo, como resultado, un relieve escarpado y abrupto donde las calizas siempre destacan entre la vegetación, que coloniza los escasos rellanos con tierra vegetal.
En cada curva un nuevo abismo sobre el que adivinar el cauce de este tímido río, que nos muestra su poder en el entorno pero que se mantiene esquivo bajo la frondosidad calcárea.
La ermita de la Magdalena
Como un esqueleto del tiempo se yergue esta ermita, vestigio de la religiosidad de tiempos pasados. En su momento los pastores le dieron un uso más necesario y se convirtió en morada del ovino. Hoy la podemos visitar como un evocador lugar donde antaño se citarían los vecinos en su festividad.
Las masías fortificadas parecen espacios de cuento. Pequeños castillos, lejos de las villas y núcleos de población, que hunden sus raíces en el medievo y que se protegían del entorno inseguro y cambiante.
En la Torre Gorgue, llama la atención el intencionado juego cromático que alterna los marrones de la mampostería con los blancos de los sillares de las esquinas, de las almenas y de los vanos. Las torres nos hablan de los señores, de los emblemas, y del poder de una sociedad en construcción con un claro carácter ganadero.