El Guadalope nace en Villarroya de los Pinares, y llega al entorno de THE SILENT ROUTE crecido por las aguas que vierten en él otros pequeños ríos. En la época de deshielo agigantan su caudal, sobrecogiendo y emocionando por igual, manando también en ocasiones de la propia roca caliza que le sirve de cauce y que, muchas veces, atesora secretos en su interior en forma de estalactitas y estalagmitas, en cuevas que solo los más avezados pueden penetrar. El Guadalope y sus afluentes articulan la carretera y le dan entidad. Nada se entiende sin su fluir: la historia, la arquitectura, el aprovechamiento del paisaje, sus sufridos habitantes… beben de él y le deben la vida, y a la vez crea un espacio mágico donde subyacen espíritus, leyendas, imágenes oníricas que nos atrapan cuando nos adentramos a conocerlo.
Los estrechos del Guadalope
Los Órganos de Montoro
A nadie le pasa inadvertida esta arquitectura inventada en la roca, está trompetería de piedra, este clamor contundente y vertical. El río avanza con su melodía obstinada que se yergue desde el fondo y resuena por esos tubos, en el eco de los montes quebrados. Los escarpes verticales y las crestas puntiagudas que jalonan la carretera alcanzan aquí su máximo esplendor, dejando ante nosotros panorámicas que nos dejan sin habla y donde cualquier fotografía resultará insuficiente.
El Nacimiento del río Pitarque
La aventura se inicia en el camino, repleto de perfumes y de matorrales. Paralelo, en meandros y saltos, corre un río caudaloso que se embosca en la maleza y fluye vertiginosamente. Al llegar la panorámica es insuperable: el misterio del agua que brota de la peña, su hervor que se desploma en cascada, las miles de tonalidades que adquiere. Un disfrute para los sentidos.
Mirador y estrechos de Valloré
Dicen que el secreto del viaje es el trayecto mismo, que la conquista importa poco, que a veces provoca decepción. Con Valloré no le va a ocurrir eso: la culminación es tan maravillosa como el tránsito. Todo allí es un concierto para los sentidos: el sonido del agua que se abre paso en el angosto estrecho, las paredes verticales queriendo alcanzar el cielo, el valle encajado que se guarda como un secreto. Todo ello produce unas sensaciones que desbocan el corazón y desatan la felicidad.
Puentes sobre el Guadalope y afluentes
Muchos y de muy bella factura son los puentes que, desde antaño, dan paso a las personas, caballerías y vehículos para salvar las bravías aguas del Guadalope. Muy cerca de la A-1702 encontramos dos muy singulares. El primero, el Puente del Vao, construido en el siglo XVI, durante muchos años fue motivo de disputa entre Villarluengo y Ejulve. El Puente de la Villa, por su parte, está fechado en 1750 y permite cruzar el río Cañada poco antes de unir sus aguas al Guadalope. Al igual que el puente del Vao, se construyó para facilitar el paso a los vecinos de Villarluengo y sus caballerías, facilitando así el comercio con la Tierra Baja.